Tengo amigos que son escritores y otros que quisieran serlo. Yo digo que soy, aunque no vivo de entrevistas, columnas chistosas-reflexivas ni giras internacionales. Todavía.
Mientras tanto, además de trabajar para que lo que escriba justifique mis ambiciones (comer sin engordar; que una historia mía sea filmada por P.T. Anderson o protagonizada por Gillian Anderson o ambas; las tres anteriores), aplico el consejo aquel de “vístete para el trabajo que quieres, no para el que tienes”. Es decir, no sólo llevo un saco de tweed con parches de piel en los codos —aunque el termómetro marque 39 grados, como darketo comprometido en pleno Tianguis Cultural en junio—, sino que cuando me preguntan qué hago, digo “escribo”.
Y, por otro lado, veo algunos de mis amigos, que están empezando, muy confundidos y angustiados, porque no saben si decir que son escritores o no. De pronto ya es un asunto de ética. O no, porque también están los que llevan su playera oficial del club Hola, Soy Escritor, ¿Qué Te Tomas?
Sin embargo, lo curioso no es eso, sino las reacciones de la gente, SOBRETODO* del sexo opuesto. Perdón, pero es cierto.
Así que si llega el Amigo Confundido o el Amigo Escritor Rockstar y se presenta, las féminas reaccionan con un sutil:
Pero si yo lo hago, sucede algo parecido a esto:
Absolutamente condescendiente, como cuando un cachorro aprende a subir las escaleras.
Ambas reacciones, supongo, significan que el interlocutor no toma en serio el asunto de la escritura. La diferencia está en que, al menos en el primer caso, se te podría olvidar el mini fracaso por la mini recompensa (es mínima porque la capacidad de atención de los gruppies de la literatura debe repartirse entre todos los escritores que conocen, que no son pocos), y no tendrías que justificarte o, en el peor de los casos, explicarte: no, no escribo poemas eróticos, ni “pensamientos”, ni novela rosa. Aunque en el fondo sí quisiera, al menos para ser millonaria y dedicarme a la contemplación el resto de mi vida. Y luego empieza lo otro, irremediablemente: sí, hay menos mujeres publicadas que hombres; no, no creo que “el enemigo” es el género masculino, sino tu machismo simulado; no, no se trata de darle favoritismo a las mujeres, sino de equilibrar la balanza; no, no tienes que explicarme que las mujeres no sabemos de qué se trata.
Se suman otras que han compartido más escritoras que se topan con este muro:
No, no escribo novela romántica.
Sí, siempre me han gustado el policíaco, la ciencia ficción y el horror.
Sí hago algo de YA pero un montón de hombres también y nadie los trata de modo condescendiente.
No, no tuve que hacerle "favores” a nadie para publicar.
No, no tengo conocidos ni palancas ‘en el medio’.
Sí, lo escribo todo yo, nadie me 'ayuda con mis ideas’.
No, no es un pasatiempo, ni hobbie ni tampoco una excentricidad. Es mi profesión.
No, los poemas que escribo no son para mi novio.
No, no espero a que la musa me muerda para empezar a trabajar.
No, no escribo poesía porque es el género literario natural de las mujeres.
No, no dejaré de escribir cuando encuentre un “trabajo real”.
No, mejor voy a dejar de escucharte ahora mismo.
Y así, hasta que la bartender me entrega mi cerveza con una mirada de complicidad y la promesa de que la próxima para nuestro amiguito será del cartón de las quemadas y yo puedo seguir con mi vida. De escritora. Que es como la vida de cualquier otra persona, pero con prejuicios propios del imaginario de cada quién, género** y todo.
*Ya sé que “sobretodo” es una prenda. Estoy tratando de escribir como los chavos (i.e. AYQUÉMOCIÓN, etc.).
**Por cierto, conozco más mujeres que escriben, y muy bien, que no tienen que recordárselo a todo mundo cada cinco minutos. Los hombres que tengo cerca deben tener peor memoria que yo, porque entonces lo gritan seguido con todo y gargajos. Estoy segura que no es por los testículos o los ovarios, pero sí es curiosa la coincidencia.
A mí nadie me lo pregunta, pero también tengo una historia de Mi Primer Acoso. Al ver tantas en mi timeline del Twitter y muro de Facebook he visto muchas en las que me reconozco y me digo “sí, yo habría hecho lo mismo”. Por eso no juzgo. Así que no me juzguen si les comparto que también tengo bien presente Mi Primer Acoso. A veces creo que se me nota, porque levanto los ojos de cierta manera cuando estoy dentro del vagón del metro y las pupilas se me cuelgan de las de otra persona que no me conoce. O cuando doy vuelta en alguna esquina que no acostumbro visitar, afuera de la tienda en donde me surto de cigarrillos de madrugada, cuando veo a una jovencita temerosa de los que se le acercan en una calle desierta, pero poblada de oídos. Todos escucharemos cómo grita, cómo pedirá ayuda y cómo guardará silencio días, semanas o meses después.
Ahí está el Acoso, acechándome si decido ignorarlo. Acá estoy, me dice. Acuérdate de aquella tarde. Acuérdate del calor de mayo, el pasto oloroso y los niños guardados en casa, lejos del sol caprichoso, los juegos medio abandonados, medios tiesos. Excepto por ti, que te columpias sin preocupaciones y levantas los pies en cada impulso. Entrecierras los ojos para racionar la luz que los inunda y los volverás a abrir cuando desciendas.
Arriba y abajo.
Hasta que te sorprenda saber que no estabas en solitario y alguien lleva rato mirándote. Ahí está, nomás, sin pedirle permiso a nadie, con una pelota verde bajo el brazo. Te bajaste del columpio de un sólo salto y casi te tuerces el tobillo izquierdo, el que ahora te impide correr si sientes que una amenaza te toca de cerca. Recibiste la invitación a jugar como enviada del cielo. Sin planearlo, entre tanto calor y tanto pasto húmedo, te saludaron con una sonrisa enorme y te sentiste el ser humano más afortunado del mundo, rodeado de amor.
Y eso fue lo que hiciste. Primero, al darle tu mano y permitir que te llevara hacia la sombra, detrás de los árboles. Luego, cuando iban detrás de la pelota en pequeñas carreras. A ver quién corría más rápido. Así supiste que con tres zancadas tendrías para alcanzarla si decidía huir al último instante. Después todo sigue confuso en tu memoria, en las imágenes. ¿Primero le quitaste los pequeños shorts o intentaste robarle un beso? No lo tienes de cierto, aunque en las sensaciones todo está presente. Acá estoy, me dice.
Sé que me lo notan. Que cuando le sonrío a una chica en el súper me huye la mirada por las sombras de Mi Primer Acoso. Ya no dejan salir solas a las niñas. Ni a los niños. Ya sólo me queda la contemplación a distancia, el recuerdo de aquel mayo húmedo y las sombras de los árboles.
Ahí está Mi Primer Acoso. ¿Lo hice bien?
Quiero hablar de los X-Files noventeros, esos que conocí cuando también aprendí de la existencia de las series de cable, porque me gusta hablar del pasado. Siempre es mejor cuando lo recuerdo, y hasta puedo inventar uno o dos detalles para darle punch a una anécdota. No me juzguen, por eso prefiero escribir que aparecer en un video. Eso es para los que no temen represalias.
Así que me escondo detrás de este post que, a la vez, me atrevo a compartir. Aquí voy.
Cuando conocí Los Expedientes Secretos Equis (puntos extra si todavía tienen la voz del narrador en la versión latina dentro de su cabeza) tenía unos doce años y, seguramente, estaba por terminar la primaria. Y de la misma forma que un abuelito —o tu prima, la obtusa— lee una nota del Deforma, creí que estaba viendo recreaciones de casos verídicos del FBI, al más puro estilo America’s Most Wanted. Una vez que mi estupor se disipó al tercer o cuarto capítulo (¿¡Cómo que el caso del hombre que se estira no es cierto!?) nació una adicción que, años después, se sustituiría con cigarrillos y, otros años más adelante, con comida.
Prueba A. Nótese que yo sí le di un escritorio a Scully.
Sin embargo, no me duró tanto. Le dediqué mi tiempo hasta la primera película de 1998 y, sinceramente, perdí la paciencia y pasé a otros temas. Es decir, a Seinfeld, Mad About You, Friends, The Simpson, South Park, ER… un televidente tiene tiempo limitado y hay que administrarlo sabiamente. En esa época no había Netflix, ni binge watching, ni TiVo, ni dinero para comprar temporadas en VHS. Es por eso que, ahora que le doy un repasón a Mulder y Scully (Sculder y Mully, para algunos), me doy cuenta de muchas cosas que antes pasaba por alto.
Por ejemplo:
No hay continuidad
La serie se llamará The X-Files, pero bien pudo ser Las aventuras de Mullder y Scully porque simplemente no tenían continuidad. Con todo y que entre sus escritores y productores tienen a Vince Gilligan, no había un arco al que se le diera seguimiento durante todos sus capítulos. Al fin y al cabo, cada temporada tenía 24, todo un reto para el más aguado si quiere aventarse la segunda como maratón en un sólo sábado, ya no se hable de escribirla. Así que cada caso que resolvieron, al menos durante las primeras 3 y sólidas temporadas, estaban llenos de misterios que podían tener conclusión o no, pero de los que no se discutiría en futuras circunstancias, no parecerían cambiar la conversación de los involucrados y no dejarían ningún tipo de huella en otras tramas.
Excepto las que hablan de extraterrestres. Cuando es un capítulo acerca de OVNIS, la hermana de Mulder o la primera desaparición de Scully, ya sabías que se aproxima un «continuará» que, hace 20 años, significaba apretar las mandíbulas durante una semana en señal de angustia. Ahora no, ahora sólo vas al baño y le das al OK del remoto lo más rápido posible para ver cuántos cigarrillos se fuma Cancer Man. Esa es toda la continuidad a la que se podía aspirar: dos o cuatro episodios al año. Y éramos agradecidos.
Mulder es un imbécil
Muchos nos enamoramos de la idea de que los dos agentes del FBI dejaran de hacerse idiotas y dieran rienda suelta a su latente tensión sexual. ¿Saben? Yo ya no la veo tanto a medida que avanzo en la nueva visita (voy en la cuarta temporada, ténganme paciencia). Lo que sí noto es que el personaje de Mulder es un narcisista al que sólo le importa mantener abiertos aquellos casos que alimentan su morbo o que le afectan de manera directa. Trata a Scully como su asistente, rara vez le pregunta cómo está ella (mientras tanto, la DOCTORA tiene que estar detrás de él jalándole las orejas o abriendo cuerpos para determinar causas de muerte al mismo tiempo que el hombrecito se pasea por el mundo «buscando respuestas») y en más de una ocasión no le puso atención porque estaba coqueteando con una extraña que terminaba mandándolo al diablo. Le tuvo que dar cáncer para que admitiera que ella también merecía un escritorio en la oficina-sótano que compartían. ¿Se quejan del friendzone, amiguitos? Pues el que lo utilizó como campeón fue un hombre, así que ya crezcan un par de tanates y supérenlo.
Los capítulos siguen el mismo patrón
Al menos hasta la cuarta temporada. Insisto: paciencia.
Con todo y que algunas actuaciones son acartonadas, algunas historias un poco exageradas —según estándares de la propia serie. Ejemplo: Cancer Man mató a Kennedy, Luther King y es papá de Mulder— y algo lentas, sobre todo al inicio, The X-Files es una serie muy buena. Pero llega un momento en que ya sabes qué dirá Mulder, en dónde se llevará a cabo el misterio y en qué momento Skinner aparecerá mentando madres porque «¿qué voy a reportar a los directores?». Así que, sólo para añadir diversión, hicimos un juego de shots basadas en estas… aliteraciones.
TOMA UN SHOT SI…
El caso es en Virginia, Maryland, Carolina del Norte o Massachusetts.
Mulder le dice a Scully: «¿Estás familiarizada con (monstruo folclórico, caso paranormal famoso, leyenda urbana, personaje o historia de la cultura popular)».
Scully abre un cuerpo.
Mulder y Scully jamás se quitan los abrigos.
Mulder y Scully entran a un edificio o bosque con lámparas en mano.
Skinner le grita a Mulder y Scully.
Hay amenaza de que cierren los X Files.
Tensión sexual.
Scully voltea sus ojos en desesperación.
Mulder coquetea.
Scully hace mención a los extraños gustos de su compañeros (porno).
Mulder se avienta un choro acerca de las posibilidades de lo desconocido.
DI EN VOZ ALTA (aunque los veas en inglés)
«Actividad paranormal», y
«El gobierno niega tener conocimiento» cuando aparecen los títulos en el intro.
Siéntase libres de agregar más detalles. El chiste es que lo disfruten.
Vince Gilligan ya había mostrado sus obsesiones
Además de ser un buen narrador de historias, y a pesar de que en esa época no se le daba seguimiento a una sola trama en las series, Gilligan ya daba señales de sus temas favoritos:
Para demostrar los puntos 4, 5 y 6, favor de remitirse al capítulo 11, «El Mundo gira» (en español en la original) de la temporada 4, en donde se toca el tema del Chupacabra [sic]. Él no lo escribe, pero sí es el co-productor; ergo: culpable. Sólo Rubén Blades, que interpreta a un policía, sabe hablar bien español. En el caso de los demás, que salen de inmigrantes mexicanos, balbucean cosas como «amarilo», «soa inowcentea» y muchos «¡María, María!». Pero este momento se gana las palmas de la incorrección política:
Cuando le preguntan a Gabriel dónde está su primo, quien es portador de un hongo asesino que lo está desfigurando, responde que ya está rumbo a México, país en el que, y cito:
¿Esconder como en “pasar desapercibido?
¿Neta?
¿NETA?
¿Así somos los mexicanos? Y ustedes que pensaban que en Breaking Bad no había una representación bien informada de este lado de la frontera.
Es de las mejores series de los 90
No es perfecta. Aun sí está plagada de historias bien amarradas y con las que, se nota, se divirtieron desde la concepción misma. Hay misterio, horror, comedia, ciencia ficción de la buena; referencias a otras obras literarias, cinematográficas y televisivas; se burlan de ellos mismos: hay metareferencias, mencionan a Los Simpsons y se burlan de 20th Century Fox cuando se puede; regalaron frases inolvidables («Tengo miedo de que Dios esté hablando, pero nadie le esté poniendo atención», confiesa Scully) y gestos de cada personaje que quieres enmarcar y tenerlos a la vista siempre. Y es mucho decir, porque con todo y el desfile de actores que pasearon por ahí (Felicity Huffman, Jayne Atkinson, Paul McCrane, Kurtwood Smith, Peter Boyle, Ryan Reynolds, Lili Taylor, et al), David Duchovny, la tercera parte de los principales, no era el mejor del mundo.
La fiscalía descansa, su señoría.
Y de todas formas le sigues el paso…
Asumo que la culpa fue de Gillian Anderson. Sólo una pelirroja podría convencernos de que Duchovny tiene chispa (¿a quién engaño? Durante años fue lo adoré como ñoño sexy antes de que ser ñoño fuera sexy, hasta que un familiar recalcó su extraordinario parecido con uno de mis primos. Hablando de matar ilusiones…). Pero siempre hubo una buena química entre estos polos supuestamente opuestos. Conforme se renovaron las temporadas es posible ver el nudo que se aprieta en la amistad de los dos agentes y los aliados que les siguen: Skinner, The Three Lonegunmen, Deep Throat, Mr. X.
A nivel de producción de cada episodio, el espectador disfrutaba de distintos puntos de vista y posibilidades (¿qué pasaría si una persona controlara el fuego? ¿y qué tal si el arma más letal del ejército fuera privar del sueño a sus soldados? ¿qué tal si una joven regresa a su prometido asesinado en forma de golem?) que implicaba también un formato diferente para cada historia. Sí, se mantenían los modos en que Mulder y Scully se acercaban a la verdad, pero la narrativa fue tan maleable como lo fueron los personajes. De hecho, cuando no se trataba de OVNIS, hasta la banda sonora tenía un tema especial, un motivo o, al menos, un instrumento que no se repetía en otro capítulo.
La mayoría de sus puntos en contra están más ligados con la manera de hacer tele en los años en que se rodó, y a pesar de lo que se convirtió al cruzar la frontera del siglo XXI, la serie estaba hecha para sobrevivir el paso del tiempo. Si no toda, muchos de sus capítulos.
Si no tienen ganas de las novedades en Netflix y quieren recordar tiempos más simples, repasen The X-Files y vuelvan a sospechar del gobierno.